jueves, 30 de noviembre de 2006

Amor a gritos

Si la vida está en el presente, y no hay nada que realmente te pueda hacer daño, que alguien me explique por qué me duelen tanto los chillidos de mi hijo. Anoche el pobre tenía miedo de algo ¿? y pegaba unos berridos que me dejaron, y todavía me dejan, el corazón hecho polvo.
Ni cuenco tibetano ni reiki ni oraciones, fueron su padre y su madre cantando hare krishna a ritmo de krishna das, y sentirse arropado en la normalidad de su sofá, lo que al final le durmió.
Y así cualquiera se levanta a las seis.
Podemos dar mucho más de lo que creemos, podemos recibir mucho más de lo que creemos.
Damos cuando recibimos.
Lo aprendí otra vez anoche. Cuando recibía su miedo, sus gritos y no intentaba cambiarle, porque ya no podía hacer más, le estaba dando amor, estaba siendo Dios en su vida, el Dios que siempre he buscado fuera de mi.
Iba a hablar de la fé, pero no me quedan muchas más fuerzas a estas horas de la noche. Al fin siento que algo en mi interior se abre, y mi mujer, mi hijo y mi madre, tienen algo que ver. Sentirme cómodo en la nada, sentir su transparencia y su Fuerza, inmensa y tranquila, me llenan de un júbilo que no sentía desde que hice el Camino hace ya seis años. Tan hermosa es que hasta me río, tan viva que casi parece que no tengo por qué seguir peleándome con todo el mundo: que le den por culo a todos y ya está. De momento voy a respirar esa nube, ya ficharé el siglo que viene.
No me asusto, soy todo, somos todo.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Meditación de Buena Mañana

Esta mañana levantarse temprano sigue costando lo suyo, pero la verdad, el panorama de poder echarme unas risas y unas patadas con los compañeros de Tai Chi puede con la pereza de las seis de la mañana. Intento hacerme a la idea de que es por mi bien, y que algo de alegría de vivir no le vendrá mal a mi maltrecho chakra base (dícese culo).
Y tan contento empiezo los estiramientos, un brazo aquí, pierna allá, y ala, niños bonitos, todos a meditar.
En otro momento de mi vida me hubiera alegrado, pero en ese momento no sabía qué pensar. Con parsimonia y respeto, cogemos unos banquitos de madera minúsculos y me intento hacer a la idea de que no me tengo que mover durante un buen rato, a la postre indefinido. Hubiera sido un regreso, la verdad es que volver a la meditación es un punto pendiente en mi vida, algo a lo que sé que volveré. Sólo que no esta mañana. Lo digo porque cuando llevaba ¿10 minutos? más o menos, el banquito de los cojones me empezó a aplastar mi muy amado forúnculo perianal, y si bien no dolía, sí que molestaba. Con lo maravilloso que es mi zafu negro, y ahí está, en el salón.
Ni respiración ni leches, a aguantar.
Ya pasará. Cuando ¡¡¡por fin!!! termina la meditación, hicimos la Forma, que en mi caso fue un trabajo personal de superación del ridículo in extremis semejante a Mira Quien Baila.
Bien.
El dolor. Dolor físico que a mi dormida neurona no se le escapa que no es sino un reflejo de cómo me siento en mi interior, un cuerpo-dolor que me pide atención, y que le presto, si no no tendría el buen humor del que puedo presumir frente a este teclado. Un cuerpo-dolor que me doy cuenta siempre he creído que era yo. Tanta historia, tanta pelea, tanto sufrir, y a la hora de la verdad no somos nada y no tenemos tanta importancia. Pero ahora, ahora, ahora me produce alivio, después de AÑOS intentando no ser una mierda. Pensar que hay otra opción y que no tiene por qué ser tan difícil. Que se puede estar bien.
Y mientras mi nene me pide a chillidos su atención, soy consciente de que si bien no le llevo a la guardería por que no me da la gana, por lo menos voy a hacer de padre.
Y con perdón de la mesa, de mi mismo.
Un abrazo grande.